En una emotiva homilía en el Templo de la Columna, el Padre Julio César Fajardo Aguilar reflexionó sobre el significado del Año Litúrgico y la importancia de la generosidad, especialmente en tiempos difíciles.
Padre Fajardo destacó que el Año Litúrgico no es simplemente una secuencia de eventos religiosos, sino una guía sabia para la vida espiritual de los fieles. «El tiempo de Adviento nos enseña sobre la llegada de Jesús, mientras que la Pascua y Semana Santa nos hablan de su éxodo de este mundo. El tiempo ordinario, con su color verde sobrio, nos invita a caminar con Jesús en nuestra vida diaria,» explicó.
En su sermón, hizo énfasis en la caridad, recordando a la congregación que no se trata solo de donaciones monetarias. Utilizó el ejemplo de dos viudas mencionadas en las lecturas bíblicas del día para ilustrar su punto. «Una viuda en tiempos de Jesús era considerada maldita y desamparada. Hoy, nuestro mundo también sufre de ‘viudez’ y ‘orfandad’ espiritual, alejados del amor de Dios,» afirmó.
El Padre Fajardo destacó que la verdadera generosidad nace de la fe. «La viuda que dio sus últimas monedas lo hizo con fe, creyendo en la providencia divina. De igual manera, nuestra caridad debe ir más allá de las donaciones materiales, implicando nuestro tiempo y dedicación,» sostuvo.
Recordó a los fieles que el matrimonio y la crianza de los hijos son actos profundos de generosidad. «Los jóvenes hoy en día a menudo posponen el matrimonio y la paternidad por egoísmo, cuando en realidad, estos son actos de entrega y amor que requieren fe,» comentó.
Con anécdotas personales, como la de una familia que ahorró toda la semana para ofrecerle una pierna de pollo durante una misión, el Padre Fajardo subrayó la generosidad inherente en la gente humilde y su capacidad para confiar en Dios. «Nuestro pueblo es generoso. Cuando damos lo que tenemos para vivir, ya sea tiempo, recursos o amor, Dios no se queda con nada. Él siempre devuelve con creces,» concluyó.
Finalmente, el Padre Fajardo instó a la congregación a examinar la generosidad de sus corazones y a vivir su fe a través de actos concretos de caridad y amor hacia los demás.