Grecia Itzel Quiroz García irrumpió en la escena pública con un mensaje que desbordó el protocolo y convirtió su nombramiento como alcaldesa de Uruapan en una declaración política de alto voltaje. En su primera intervención, no habló de gestión ni de administración: habló de lucha, de legado y de una voz que —según sus palabras— fue silenciada, pero no extinguida.
“Hoy este legado Carlos Manso está más fuerte que nunca. Este legado, este movimiento del sombrero no lo callamos. Y no lo van a callar.”
Con esas palabras, Quiroz reivindicó la figura de Carlos Alberto Manzo Rodríguez, su compañero de vida y líder del movimiento político que ella ahora encabeza. La narrativa que construyó no fue institucional, sino emocional y combativa. Denunció que Manzo pidió auxilio por su vida, por la de sus hijos y por la de ella misma, sin recibir respuesta. “Qué triste que tuvieron que arrebatarle la vida para que ahora sí quieran mandar seguridad”, lanzó.
El discurso avanzó con frases que no sólo evocaron dolor, sino también una estrategia de continuidad. “Sus manos se fueron limpias en todos los sentidos. Jamás pactó con nadie. Su lucha fue limpia y transparente”, afirmó, marcando distancia con actores políticos que, sin ser nombrados, fueron aludidos.
La nueva alcaldesa no pidió acompañamiento institucional, pidió lealtad ciudadana. “Ni un paso atrás. Ni un paso atrás. Ni un paso atrás”, repitió como consigna. Y añadió: “Sé que me darás esa fortaleza para guiar al pueblo de Uruapan, de Michoacán, porque fue tu sueño y ese sueño nadie lo va a apagar.”
En su mensaje, Quiroz no sólo asumió el cargo: asumió el liderazgo de una causa que se presenta como independiente, confrontativa y en expansión. “Carlos Manso nació para ser el presidente de México… ningún político le llegará a ese nivel”, dijo, elevando el perfil del movimiento más allá del ámbito municipal.
La proclama cerró con un llamado a la ciudadanía: “Que no decaigamos, que sigamos firmes como él nos lo decía, que sigamos sus pasos y que seamos fuertes.” En Uruapan, el poder no sólo cambió de manos: se reconfiguró como bandera

