Por Pedro Hugo Montero
El 16 de agosto, durante su conferencia mañanera, Andrés Manuel López Obrador anunció su última gira como presidente en compañía de su sucesora.
A la pregunta expresa de una reportera sobre si se habían valorado las condiciones de seguridad al volar juntos en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM), López Obrador respondió: “No, no, pero… No, no, hay un ambiente en México de paz, de tranquilidad. Estamos protegidos, nuestro ángel de la guarda es el pueblo de México, nuestro pueblo es muy bueno. No hay nada que temer y vamos juntos.” El presidente parece confiar excesivamente en la infalibilidad de los aviones de la FAM.
Es comprensible que, como comandante supremo de las fuerzas armadas, los militares encargados de su seguridad deban cumplir con sus instrucciones. ¿Quién se atrevería a invitarlo a reflexionar sobre su decisión o a retractarse? Nadie.
Alguien debería informarle que los protocolos internacionales aconsejan evitar que dos personas de alto nivel viajen en el mismo transporte para minimizar riesgos, ya que un percance podría comprometer la conducción del país.
¿Permitirá nuevamente la seguridad militar este tipo de viajes entre hoy y el 1 de octubre? No debería ser así, pues se incrementan los riesgos. Supongamos que, a partir de ahora, cada uno mantenga su propia agenda y equipo de seguridad personal. Es crucial que estén protegidos, ya que, aunque la Constitución prevé ciertos casos extremos, podría haber un periodo de impasse si ocurriera una tragedia y están enunciados en el artículo 84 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Afortunadamente la gira se cumplió sin incidentes conforme lo programado, y efectivamente ya en tierra, el pueblo demostró su bondad.