Por:Pedro Hugo Montero
El reciente ataque en el restaurante El Bajío, ubicado en la Plaza Miyana de Polanco, revela el alcance del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en zonas urbanas de alto perfil. Este atentado directo contra Jesús Pérez Alvear, conocido como «El Chucho Pérez«, presunto lavador de dinero para el CJNG, muestra cómo la violencia ligada al narcotráfico ha escalado en espacios tradicionalmente asociados con exclusividad y seguridad.
La metodología del ataque fue precisa y planificada: dos hombres enmascarados dispararon en un entorno abarrotado para luego huir en motocicleta hacia el Estado de México. Este modus operandi refuerza el mensaje de poder e intimidación que los cárteles buscan transmitir tanto a rivales como a las autoridades.
Polanco no es ajeno a esta violencia. La misma zona fue escenario del atentado contra Omar García Harfuch en 2020, un suceso que expuso la capacidad logística y operativa del CJNG.
García Harfuch, entonces jefe de la Secretaría de Seguridad Ciudadana fue atacado por un convoy fuertemente armado, aunque logró sobrevivir. Algunos sectores han planteado teorías sobre un posible autoatentado, argumentando inconsistencias en los detalles del ataque. Sin embargo, no hay pruebas concluyentes que respalden esta hipótesis, y las investigaciones oficiales mantienen como responsable al CJNG.
En paralelo, la agresividad de este grupo se extiende también a figuras públicas, como el atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva en 2022, que fue atribuido al mismo grupo criminal.
El poder y la influencia del CJNG
El CJNG ha desafiado las normas no escritas que los cárteles históricos seguían para evitar presiones gubernamentales. Con un liderazgo centralizado bajo Nemesio Oseguera Cervantes, «El Mencho«, y tácticas de extrema violencia, esta organización busca consolidar su dominio territorial mediante actos que generan terror social y paralizan comunidades enteras.
En el contexto actual, el CJNG enfrenta múltiples presiones: detenciones clave, como la de un proveedor de armas para «Los Chapitos» del Cártel de Sinaloa, y rumores de una posible alianza estratégica entre los dos grandes cárteles. Este panorama plantea una crisis de seguridad que no distingue entre zonas rurales o urbanas, afectando incluso a áreas consideradas seguras como Polanco.
Este análisis de los hechos recientes, entrelazados con el contexto histórico y actual del narcotráfico en México, evidencia un desafío mayúsculo: garantizar seguridad en un país donde la violencia ha roto fronteras físicas y simbólicas. ¿Podrá Sheinbaum y Harfuch estar a la altura de las demandas de Trump? El tiempo dará la respuesta.
¿Qué sigue para México?
La reciente escalada de violencia obliga a replantear las estrategias de seguridad. El enfoque de inteligencia y coordinación aplicado por García Harfuch en la Ciudad de México podría servir como modelo replicable, pero requiere recursos y voluntad política. Mientras tanto, la creciente descentralización del crimen organizado subraya la necesidad de una acción gubernamental unificada y contundente para recuperar el control territorial y social.
El CJNG está involucrado en actividades como el narcotráfico, extorsión, secuestro y lavado de dinero, extendiendo su influencia a diversas regiones de México y a nivel internacional. Es conocido por utilizar armamento sofisticado y técnicas de propaganda para intimidar a rivales, autoridades y la población.
El caso de Omar García Harfuch, sumado a la escalada de violencia reciente en lugares como Celaya, Cancún, y zonas históricamente conflictivas como Guerrero, Michoacán y Chiapas, plantea una narrativa clave: el país enfrenta una crisis de seguridad que no distingue entre regiones urbanas y rurales.
Las ejecuciones diarias, como la de Polanco, muestran la capacidad del CJNG de desafiar el control estatal incluso en zonas de prestigio. Guerrero y Michoacán enfrentan conflictos similares con otros grupos.
Aunque García Harfuch no puede abarcar todo el territorio, su enfoque en inteligencia y coordinación podría ser emulado para reforzar la seguridad en otras entidades. Esto requiere voluntad política y recursos.
La narrativa puede centrarse en cómo el Estado debe unificar esfuerzos para enfrentarse a la descentralización de la violencia. Estratégicamente, es crucial identificar lo que ha funcionado y descartar tácticas que perpetúan la inseguridad.
El panorama del crimen organizado en México parece estar en constante transformación. Informes recientes sugieren una posible fusión entre el Cártel de Sinaloa y el CJNG, un movimiento estratégico que les permitiría consolidar poder y enfrentar desafíos comunes. Aunque el embajador de EE. UU. asegura que el Cártel de Sinaloa está siendo desmantelado, la violencia sigue intensificándose. La reciente detención de un presunto proveedor de armas y drogas vinculado a «Los Chapitos» en Culiacán resalta los esfuerzos por debilitar al Cártel de Sinaloa. Este individuo habría abastecido a la facción liderada por los hijos de Joaquín «El Chapo» Guzmán. Las autoridades aseguran que esta captura forma parte de una estrategia más amplia para desmantelar sus redes logísticas y operativas. Esto se alinea con las declaraciones sobre el debilitamiento del cártel, aunque la violencia en sus áreas de influencia sigue siendo crítica.
La capacidad del CJNG para influir en zonas clave y su potencial reestructuración subraya la necesidad de un enfoque coordinado, replicando modelos efectivos como los de García Harfuch en la CDMX. ¡Imagínese lo que harían ellos o sus adversarios para desaparecer a quien maneje su lavado de dinero!