Por: Pedro Hugo Montero
El Tren Maya, iniciado durante la administración de Andrés Manuel López Obrador y heredado inconcluso y con problemas a Claudia Sheinbaum, es uno de los proyectos más emblemáticos del gobierno mexicano. Diseñado para conectar el sureste del país atravesando cinco estados (Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo), su objetivo principal es fomentar el desarrollo económico, turístico y social en la región. Sin embargo, a un año de su inauguración, el proyecto enfrenta intensos debates debido a diversos problemas operativos, financieros y ambientales.
Hallazgos arqueológicos y el manejo del patrimonio
Durante la construcción del Tren Maya, se han encontrado importantes restos arqueológicos, incluyendo esqueletos que arrojan luz sobre culturas prehispánicas. Sin embargo, especialistas y comunidades locales han expresado preocupación por la falta de protocolos adecuados para preservar este patrimonio. La prisa por avanzar en las obras amenaza la integridad de estos hallazgos, dejando en evidencia una gestión que prioriza los plazos políticos sobre el valor histórico y cultural.
Problemas financieros y demandas de pago
El proyecto ha enfrentado serios desafíos financieros. Proveedores, como los de ICA, han presentado demandas por falta de pago por los trabajos realizados, reflejando una gestión financiera deficiente y generando incertidumbre sobre su viabilidad económica. La falta de cumplimiento en los pagos no solo afecta la confianza de los contratistas e inversores, sino que también pone en riesgo la sostenibilidad del proyecto a largo plazo.
Subutilización y promoción insuficiente
El Tren Maya opera actualmente al 19.5% de su capacidad proyectada, transportando un promedio de 1,650 pasajeros diarios frente a los 8,200 esperados. Para enfrentar esta situación, el gobierno ha lanzado paquetes turísticos con descuentos en vuelos y hospedajes, pero la efectividad de estas estrategias es incierta. Si el turismo no crece al ritmo esperado, el proyecto podría convertirse en un lastre económico, más que en un motor de desarrollo para la región.
Impacto ambiental y social
La construcción del Tren Maya ha implicado la tala de vastas áreas de selva y ha generado críticas por su impacto en ecosistemas sensibles y comunidades indígenas. Grupos ambientalistas denuncian la falta de consultas previas y estudios de impacto ambiental adecuados. Además, comunidades locales, especialmente indígenas, han señalado que sus preocupaciones no han sido escuchadas, lo que podría derivar en resistencia social y demandas legales.
¿Una oportunidad desperdiciada?
Aunque el Tren Maya tiene potencial transformador, los problemas actuales reflejan una planificación deficiente. Cambios en el diseño, prisa por cumplir plazos políticos y una gestión que deja mucho que desear, comprometen la funcionalidad del proyecto a largo plazo. Además, la falta de visión para integrar a la iniciativa privada en su desarrollo podría limitar su capacidad para generar empleo sostenible y fortalecer la economía regional.
¿Éxito o fracaso?
El Tren Maya enfrenta más riesgos que garantías de éxito. Los problemas financieros, la baja ocupación y los impactos ambientales lo colocan en una posición precaria. A pesar del discurso oficial, el proyecto podría convertirse en un símbolo de promesas incumplidas y recursos desperdiciados si no se toman medidas inmediatas para corregir los errores de planeación y operación.
La verdadera prueba será si los responsables logran convertir el Tren Maya en una obra funcional y sostenible, o si quedará como un recordatorio de cómo las mega obras mal gestionadas pueden ser un lastre económico y social para el país.
Mientras hacía esta columna recordé el capítulo de los Simpson titulado “Marge vs el Monorriel”. El episodio parodia el entusiasmo por las soluciones innovadoras sin tener en cuenta la viabilidad a largo plazo, ya que tampoco resuelven los problemas reales, y que el sentido común, y el análisis cuidadoso son necesarios para tomar decisiones sabias.