Luis Variara, sacerdote salesiano nacido en Viarigi, Italia, en 1875, encontró en los márgenes de la sociedad su verdadero campo de misión. Llegó a Colombia a finales del siglo XIX, y fue en el pequeño poblado de Agua de Dios —colonia destinada a personas con lepra— donde su vida dio un giro definitivo.
Lejos de adoptar una actitud asistencialista, Variara se involucró de lleno en la vida de los enfermos. No los trató como víctimas, sino como hermanos. Su compasión no fue un sentimiento pasivo: fundó el Instituto de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, una congregación revolucionaria en su tiempo, pues acogía y formaba espiritualmente a mujeres afectadas por la lepra para que también ellas pudieran servir a los demás.
Fiel al espíritu de San Juan Bosco, vivió una espiritualidad alegre y cercana. Su oración constante se traducía en gestos cotidianos de ternura, escucha y acompañamiento. A pesar de las tensiones internas dentro de la Iglesia, que en su momento limitaron su obra, nunca se apartó de su misión ni dejó de confiar en la Providencia.
Murió en 1923, sin saber que décadas más tarde sería reconocido por la Iglesia como Beato. Su legado permanece vigente como testimonio de que la santidad puede vivirse en los lugares donde el mundo suele dar la espalda.